Hijosdalgo

Hay un argumento débil para cuestionar a dos integrantes del “gabinete” que presentó uno de los tres candidatos a la Presidencia. En una de esas cosas que Andrés Manuel López Obrador suele hacer “out of the box”, designó a quienes como parte de su propuesta se convertirían en secretarios en caso de ganar. La idea no es de ninguna manera mala, pues permite conocer más a detalle al candidato (algo que no podría hacer Meade, pues evidentemente tendría a personajes deleznables en su primer círculo).

En la lista de AMLO hay dos “millenials”, cuya formación promete bastante, refresca las ideas y la política, pero justamente por su juventud conocemos menos de su trayectoria, que no incluye cargos públicos en el caso de Román Meyer, y sólo la diputación federal que actualmente ostenta Luisa María Alcalde. Los nuevos nombres no deberían ser tema si el candidato hubiera nombrado a los titulares de cada grupo de trabajo en la propuesta electoral, pero los llamó miembros de un gabinete, y eso los somete al escrutinio público.

¿Por qué el padre de uno y la madre de la otra habrían ser tema en la discusión política? Si es para demeritar sus trayectorias, es injusto –quizá discriminatorio– que la hidalguía sea parte de la discusión. No lo es si hablamos de la condición de privilegio que pudiera representar.

Quien conozca mi trayectoria sabe que soy “cultura del esfuerzo”. Estudié la licenciatura en una universidad pública, hice mi primera maestría becado y la segunda me la pagué yo. No heredé propiedades, ni siquiera un automóvil … pero en los inicios de mi vida laboral sí escuché la pregunta “¿Eres hijo de Roberto Remes?”. Mi padre no alcanzó cumbres empresariales o políticas, simplemente tenía amigos, y en algún momento sus amigos me abrieron puertas, así me pude emplear en 1989 al mismo tiempo que iniciaba la carrera, así entré a trabajar a Pemex y así obtuve la beca para la maestría en el ITAM.

Sí viví una condición de privilegio, suficiente para arrancar mi vida profesional, insuficiente para escalar en la política. No es el caso –menciono sólo unos pocos de decenas de ejemplos– de Alfredo del Mazo, gobernador del Estado de México; Alejandro Murat, gobernador de Oaxaca; Fernando Yunes, senador; o José Ramón y Andrés Manuel López Beltrán, dirigentes regionales de Morena en el Estado de México y en la Ciudad de México.

Ser hijodalgo abre puertas a una red de relaciones, facilita la comunicación con actores del círculo de la madre o el padre y da confianza en una sociedad con bajo nivel de confianza. Los primeros dos atributos son claves para entrar, la confianza, para ascender.

Estos dos “miembros del gabinete” de López Obrador refrescan las ideas, cuentan con méritos propios, pero tengamos claro el contexto: vivimos en una sociedad de privilegios y en este momento no la estamos transformando. Ninguna de las tres fuerzas electorales que se enfrentarán en las elecciones de 2018 está confrontando a una sociedad de privilegios, y el reto de nuestra sociedad será, no el demérito de los jóvenes hidalgos talentosos, sino el reconocimiento a todos los demás jóvenes talentosos.