Hoy es un día de fiesta

Soy demócrata y creo vivir en una democracia. Sé que podemos adjetivar la democracia o plantearla, como diría Enrique Krauze, sin adjetivos. También circunstanciarla: más democracia o menos democracia, pero al final de cuentas democracia.

En 1988, a mis 16 años, cuidé una casilla. En realidad fue un acto indebido, en medio de la resistencia contra el poder maldito que se extinguía: me invitaron del Partido Revolucionario de las y los Trabajadores, PRT, usando un número de elector de otro distrito. No pude votar, pero sí quedarme hasta las 2 o 3 de la mañana en el comité distrital esperando el cómputo de los paquetes electorales que había vigilado desde antes de las 8 de la mañana, cuando la casilla a penas iba a abrir. Hubo un terrible fraude, no en la casilla que vigilé, pero sí a nivel nacional. No puedo decir que ganó Cuauhtémoc Cárdenas, pero sin duda el resultado no fue tan favorable a Carlos Salinas.

Desde 1991 he votado cada tres años. Una vez no lo hice, 2009. No encontraba mi credencial de elector. En 1994, hubo frustración por el triunfo de Ernesto Zedillo, sin embargo con el tiempo tengo la sensación de que Zedillo fue una persona de estado, si él hubiera querido manipular el sistema electoral lo habría hecho, para él era más importante la transformación democrática. Fue así como en 1997 se concretó la elección del primer Jefe de Gobierno de la Ciudad de México y el primer congreso sin mayoría del Partido Revolucionario Institucional.

En 1997 voté por Carlos Castillo Peraza, pero sabía que iba a ganar Cuauhtémoc Cárdenas, y me emocioné con su triunfo. Hoy conozco al ingeniero Cárdenas y me conoce, algo que quizá no imaginé. Lo admiro fervientemente, pero no me arrepiento de haber votado por otra opción que reafirmaba el carácter democrático de la elección. Puedo ser gobernado, y bien gobernado, por una opción distinta a la de mi voto.

El 2 de julio de 2000 trabajaba en el Instituto Electoral del Distrito Federal. Llegué a eso de las 6 de la mañana a la oficina. Salí alrededor de las 11 de la noche y me fui directo al Ángel. Desde que tuvimos noticia, internamente, de que algunas encuestas de salida favorecían a Santiago Creel, me di cuenta que Fox había ganado. Para las 8 de la noche ya los noticieros daban por sentado el triunfo, y a las 11 de la noche José Woldenberg lo hizo oficial. En el Ángel lloré como muchos otros: el PRI había caído y se iniciaba la alternancia. Grité como muchos, No nos falles.

A nivel nacional sólo he sido gobernado en dos ocasiones por el presidente que voté. Ambas, decepciones. Felipe Calderón y Vicente Fox. Me siento satisfecho de haber sido gobernado por Ernesto Zedillo, por quien no voté. En 2012 anulé mi voto para presidente, y coincido que Enrique Peña ha sido un pésimo gobernante.

Mi voto está decidido para la Presidencia, lo mismo que las otras cinco boletas: tres naranjas y tres cafés. En el caso de la Presidencia, me parece, el resultado es sumamente obvio. Si la elección estuviera más cerrada, probablemente votaría por el que tuviera más posibilidades de vencer al PRI. No es el caso, votaré con base en mis coincidencias programáticas, pero celebraré el triunfo de la opción que, preveo, arrasará merecidamente. Celebraré la felicidad de millones de mexicanos, el resurgir de una esperanza que el 2 de julio de 2000 coreó No nos falles … a un imbécil que nos falló.

En mi reflexión interna, será mejor que no gane quien reciba mi voto, al menos esta vez, no hay condiciones. A pesar de todo lo dicho, creo en él. Me gustó escucharlo en radio en el plano propositivo. No me gustó en televisión en el plano de la confrontación, perdió el tiempo y no logró posicionar su idea de gobierno, algo que el radio le simplificaba. Pero odié todas las ridiculeces que vi de sus seguidores y detractores: de los primeros, publicaciones de desprecio y discriminación hacia el lopezobradorismo en su conjunto (por ejemplo, la tendencia a tacharlos de “flojos” por defender políticas asistenciales); de los segundos, la obsesión por caricaturizar su imagen (¿los feos, los rubios, los que tienen mal cutis, no merecen ser electos?) para argumentar su oposición a él.

Al final de cuentas, todos o casi todos tenemos un pequeño Trump que nos habla al oído. Más democracia significa callar a ese pequeño Trump. Pero somos democracia y aunque no votemos por el ganador, debemos celebrar su triunfo y apoyar para que logre buenos resultados. No nos opongamos a la persona, sino a partir de diferencias concretas. La batalla será, a partir de mañana, en el plano de las políticas públicas, no en torno al ganador o su partido.

Este día gana la democracia; para mí, es un día de fiesta.