Mi segundo tatuaje

Desde hacía unos meses estaba dándole vueltas: quería un segundo tatuaje. El primero, como saben, es una gheisha en el brazo izquierdo, que me hice en Kioto el día que cumplí 39 años.

En aquella ocasión, 9 de octubre de 2010, pasé cuatro horas en el estudio Harinzanmai. Tatuarme fue purificador, ese dolor suave y constante me ayudó para ciertos procesos personales: drenó dolores mucho más profundos. En 2011, dos días antes de mis 40, supe que sería padre; ese hecho está relacionado con mi tatuaje.

Siete años después, el nuevo tatuaje debía representar una nueva etapa. Su lugar ya estaba decidido, el brazo derecho. 20 días antes de mi cumpleaños ocurrió el terremoto. Un suceso que nos ha marcado a todos en la ciudad. Cada quien tiene su historia, cada quien la cuenta bajo su perspectiva.

Al momento del terremoto me encontraba en el Barrio Chino presentando el proyecto de rehabilitación a empresarios de la zona. Cuando inició el movimiento la gente se alineó a la pared, esperando el momento adecuado para desalojar. Yo permanecí sentado observando la situación, en cuanto se escucharon desprendimientos del edificio de junto supe que se trataba de algo más duro que los temblores de los últimos años.

Al salir encontré daños por toda la zona, mucho polvo, pero no había colapsos. Estuve caminando primero, después abordé el metro y paulatinamente me di cuenta de las dimensiones de la tragedia. Minutos después del sismo sólo di la instrucción de que la gente que trabaja conmigo se retirara a sus casas, no sabía que el edificio de Insurgentes Centro 149 no estaba ya en condiciones de recibirnos de vuelta.

Mis hijos estaban inquietos, desobedientes, hacía un mes que habían cambiado de escuela y casa. Su madre estaba en otro país. Lo más difícil para los niños es la incertidumbre. Recibieron un coctel de incertidumbre. Como todos, yo estaba con un gran deseo de ayudar, hice lo que pude a distancia porque también llevaba la obligación de estar con mis hijos; quienes nos apoyan para cuidarlos se concentraron en su propio entorno, como era justo y lógico. Mi esposa sólo pudo adelantar un día su regreso, al 22 de septiembre. Me corroían las ganas de salir a ayudar.

Hasta la noche del viernes 22 pude presentarme en algún colapso: botas, casco, chaleco, guantes … pero sin experiencia. Al final de cuentas teníamos la ayuda desbordada. Sólo pude apoyar deteniendo el tráfico y motores en los momentos de silencio. En algún momento de esa noche no sólo se pidió el silencio … tras minutos de pausa absoluta surgió un aplauso, y la noticia: una persona había sido rescatada con vida. Descubrirme llorando y con el puño en alto me llevó a la imagen que hoy está marcada en mi brazo derecho.

Michael Wille Vargas, el tatuador, subió la imagen de inmediato a Instagram. Yo he sido mucho más reservado por prudencia, los estériles ataques que he recibido los últimos dos años en tuiter han cambiado mi convivencia en esa red. No quise ser frívolo en un momento tan difícil. Fue hasta el Año Nuevo Chino, el 16 de febrero, cuando coloqué como imagen de perfil mi tatuaje, quedando pendiente el texto que estoy escribiendo en este momento.

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El significado de mi tatuaje es muy simple: está representado el Barrio Chino porque ahí estaba yo durante el sismo, pero también está el puño, que representa la entereza de los mexicanos ante la tragedia y la mía propia, y de nuevo el Barrio Chino, nuestro esfuerzo por el resurgimiento de la ciudad en tiempos tan difíciles, por cambiar de página y decirle al mundo que esta ciudad es maravillosa y está de pie. Los ideogramas dicen Ciudad de México, arriba un peatón dentro de una pagoda. La mano es mi propia mano, incluye la uña del dedo pulgar deformada por un hongo que me ha acompañado desde la infancia. Si mi brazo está caído, el tatuaje estará mostrando mi puño en alto, y si mi puño está en alto, yo estoy luchando, de la mano de otros, como quiero seguir luchando muchos años más por esta ciudad que amo.

Mis necesidades

La idea del Registro Nacional de Necesidades suena un tanto ridícula y ha invitado a comentarios irónicos en redes sociales. Yo podría hacer un comentario en ese sentido:

Lo que más necesito es tiempo.

La segunda necesidad es más profunda. Tengo 46 años y no tengo asegurada mi vejez. Mi apuesta es ser un hombre sano los próximos 30 años, pero eso no garantiza nada. A pesar de las Afores, México carece de una política única para el retiro. Fui empleado de Pemex 7 años, que no han computado en ningún otro sistema ¿por qué puede suceder esto? He cotizado en el IMSS unos 6 meses y en el ISSSTE unos 5 años. Tengo una cuenta perdida del SAR en quién sabe qué banco y otra en BBVA. No tengo Afore. Una parte es mi culpa, pero aún cuando a mediados de 2019 cumpliré 30 años de mi primer trabajo (en el Monte de Piedad, por cierto, que como Pemex, también tiene su propio sistema de retiro), la falta de un registro centralizado de retiro es un problema de muchos mexicanos y mexicanas.